Esta lluvia de nostalgia que me empapa de soledades.
el barrio, los viejos y esos amores ya olvidados, se deslizan
por mi piel. Lágrimas de un pasado ya irrecuperable.
El café del viejo, la risa de la vieja, la zapatería de Martínez
El taller de José, la escuelita, el centro nutricional y la marifinga.
Lluvia que cae aquí y allá, Tatica Falcón, los vijitas, la calva del
Padre Manolo y don yeyo, mis primos: los maritas. El profe Tono
Los pleitos y los primeros besos. Canario y su lugar de putas.
Un enorme aroma que crece con el tiempo, un barrio que los
muertos se han llevado por pedazos en sus viejos ataúdes, con Jovita
y los albinos, Doña Teresa, el vico, nananina y lorenzo y una larga lista
de viejos conocidos, ya sin matadero y sin cabaret, los muertos se han
llevado los colores del barrio. Ya sin mi vieja y mi viejo y la juana que tanto
quería, no hay imán para caminar por esa calle que me vio tantas veces
desnudo.
Ese sabor que nos sigue por doquier y que los muertos (LOS VIEJOS DEL BARRIO)
que aún no se han ido, esperan con ansia a la parca para que lo lleve al nuevo
Barrio que se construye de aquel lado del universo, sin los nuevos advenedizos,
para construir en y desde la miseria nuevas risas de una niñez y adolescencia
marcada por el Irrefrenable deseo de volar y volar y volar lejos del barrio
y enterrar cada uno de sus recuerdos, que por más tierra que le echemos,
cuando llueve nostalgi brota a través de los colores y olores del suelo que nos persigue.
Al final de esta calle, llamada Concepción Taveras, de un barrio perdido que
fue nombrado Villa Rosa, en una ciudad lejana, llamada La Vega, en un País
en el mismo trayecto del sol, según Don Pedro Mir, donde un día, deje la
la inocencia y los sueños, aun me persiguen los recuerdos y brota la risa leve
o dos lagrimas invisibles ruedan por las mejillas cuando en cualquier calle
me topo con esa calle de mi niñez ya perdida.