Mis niños lejanos,
los que juegan con piedras en vez de pan,
los que duermen con frío y sin cuentos,
los que jamás oyeron su nombre
dicho con ternura.
los que nunca conocieron el rostro de su padre,
ni el calor de una leche tibia,
mis niños con los pies sucios de mundo,
y los ojos limpios de esperanza,
perdónenme.
Niños de humo.
Niños de escombro.
Niños sin voz en los pasillos del poder.
Yo sólo puedo nombrarlos.
Nombrarlos y dolerme.
Nombrarlos y maldecir al buitre
que ronda sus pequeños huesos.
Los he visto,
aunque estén lejos.
Los he sentido en la espalda del viento,
en la tierra herida donde duermen con miedo,
en las noticias que callan más de lo que muestran.
Son carne de cañón.
en guerras que rompieron sus nombres,
usados como cifras,
como pretextos,
Niños de plomo.
Soldaditos rotos en guerras que nunca entendieron.
Son rehenes del hambre,
de la codicia,
de los hombres grises que firman papeles
mientras ustedes sangran.
A ustedes les robaron
los besos de algodón,
los que debían caer como lluvia
sobre sus frentes cansadas.
Les arrebataron las manos abiertas,
la risa sin miedo,
la leche materna,
el abrigo hogareño,
el dibujo a lápiz que nunca fue pared.
Y el buitre y su ojo asesino,
los ronda,
los elige,
los engulle uno por uno,
como si fueran pan viejo
sobre el altar del capital.
Yo los he visto,
aunque estén lejos.
En los trenes de sombra.
En los barcos de plástico.
En las escuelas sin techo
y en los campos donde el futuro se pudre.
Y he sentido rabia.
Una rabia sin fusil,
una rabia de padre que no alcanzó a llegar a tiempo.
¿Quién devolverá
los besos de algodón que les robaron?
¿Quién les pagará las risas que no nacieron?
¿Quién lavará la sangre
de sus nombres escritos en las piedras?
Y mientras tanto,
el mundo sigue.
Se baila. Se compra. Se olvida.
Pero yo no.
Yo los nombro.
Yo los lloro.
Yo los oigo llorar en mis costillas,
los sueño en ruinas,
los abrazo con poemas
que no los salvan,
pero los nombran.
Y al menos eso:
que alguien los nombre.
Mis niños lejanos,
los veo llorar en lídice,
su tristeza, su angustia paralizada,
yo no tengo respuestas,
ni fusiles,
ni banderas.
Sólo estas palabras descalzas,
cansadas,
que lloran con ustedes,
lágrimas que no tienen a donde ir
porque ni siquiera hay un cuerpo
o una tumba donde ir a dejar flores.
Pero el buitre no duerme.
El buitre sigue,
y mientras sobrevuele las cunas,
yo estaré escribiendo con mi sangre.
Porque mientras haya un niño roto,
mientras la infancia siga rota,
yo seguiré gritando.
Aunque sea tarde.
Aunque no me escuchen.
Aunque el mundo se canse.
yo seguiré escribiendo con las uñas,
con los dientes,
con las tripas.
Hasta que el mundo se detenga
a mirar sus ojos
y tiemble.