Vi el último amanecer,
y en su luz, temblando,
se escondía su nombre
como un suspiro callado.
El cielo rompía en fuego,
pero era su risa
la que incendiaba el aire
donde alguna vez
fue mía.
Las nubes se deshacían lentas,
como nuestras promesas,
y el sol,
el sol parecía buscarla entre mis ojos
como yo la busco
en cada cosa viva
que no es ella.
La brisa tenía su voz,
el rocío su perfume,
y el mundo…
el mundo su ausencia.
Me quedé ahí,
solo con el día muriendo en mis manos,
pensando que quizás
ese fue el último amanecer
en que el universo
se acordó de nosotros.