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En un rincón del mundo donde el tiempo no tenía prisa, existía un jardín bordado por el aliento de la eternidad.

 

El sol lo acariciaba con dedos de oro, y la lluvia lo besaba como quien extraña a un amor de infancia.

 

Allí crecías tú, flor sin nombre, flor nacida del silencio y el asombro.

 

Entre corolas que bailaban con vanidad bajo la luz, tú te quedabas quieta, creyendo —oh, dulce ingenuidad— que la belleza auténtica no necesita gritar.

 

El jardinero venía cada día, con pasos que parecían versos caídos del cielo, y todas las flores se estremecían a su paso, ansiosas de ser arrancadas con ternura.

 

Tú no.

Tú esperabas.

Como esperan los que aman de verdad: en silencio.

 

Confiando en que el alma también tiene ojos.

 

Pero él pasaba, como pasa el viento por la memoria de los árboles: sin detenerse, sin preguntar, sin mirar.

 

Un día arrancó flores como quien escoge recuerdos para ponerlos en jarrones de olvido.

 

Y tú, aún en tu raíz, te preguntaste qué faltaba en ti para ser llevada.

 

El tiempo, como un dios perezoso, arrastró las estaciones.

 

Y tú floreciste una y otra vez para un jardinero que nunca supo pronunciarte.

 

Volvió.

Volvió cuando ya habías aprendido a mirar el cielo como un consuelo que no hiere.

 

Volvió con la misma canción en los labios, con la misma ceguera en la mirada.

 

Y tú, por un instante,

alzaste tus pétalos como quien alza una plegaria.

 

Pero el jardinero no veía flores…

veía reflejos.

 

Y tú eras esencia.

Y tú eras raíz.

 

Y tú eras todo aquello que nunca supo amar.

 

El invierno cayó como una carta sin destinatario.

 

Las flores cayeron una a una, como promesas no cumplidas.

 

Tú resististe.

Oh, cómo resististe.

 

Y cuando el último soplo de vida se escondió en tus venas,

susurraste al viento un grito callado:

\"Mírame... estoy aquí.”

 

Pero el jardinero miraba otras primaveras.

 

Y tú, flor sin testigo, te fuiste

como se va lo que nunca fue dicho.

 

Te marchitaste en secreto, con el alma llena de amor no entregado, y en tu muerte silenciosa, nació una libertad que solo conocen las flores que jamás fueron elegidas, pero que florecieron… por sí solas.

 

π“œπ“ͺ𝓿𝔂♥️