Vasca

El cielo en su falda

Recuerdo a la abuela andando
alegre por la mañana,
colgando besos de nube
en los hilos de la casa.

Sus manos eran abrigo,
ponían orden al alma,
tejían sueños y miedos
con la paciencia callada.

A veces vestía de ángel,
sin sombra, casi fantasma,
y cruzaba los silencios
con su ternura en el alma.

Cuando se iba, la casa
quedaba medio quebrada,
como si el cielo bajara
y se escondiera en su falda.
La tristeza era un suspiro,
apenas una palabra,
celeste como sus besos,
más blanca que su mirada.

Las caricias le caían
como lágrimas del alba,
dejando un rastro de luz
donde sus manos pasaban.

Sabía curar los males
sin más remedio que el alma,
y a los dolores más viejos
los dormía con su calma.

Un día salió despacio
como quien no dice nada,
pero su aroma quedó
perfumando la ventana.