Alfareros de la Vida
Somos manos, somos fuego,
somos molde y dirección,
y en el torno de la vida
obramos sin condición.
Arcilla pura que brota
como un cauce sin final,
y es el tiempo quien nos dicta
cuándo gira el espiral.
Cada trazo es una historia,
cada hendidura, un dolor,
cada curva, una memoria
que ha esculpido el amor.
No hay figura que sea perfecta,
pero sí intención fiel,
y en el barro que nos forma
vive el alma, firme en su papel.
Nos sentamos frente al torno,
con la duda al comenzar,
¿Será firme esta figura,
o se quiebra al terminar?
Mas si obramos con constancia,
con destreza y humildad,
la arcilla encuentra su forma
revelando identidad.
Hay que amasar con paciencia,
sin temer a repetir,
porque lo bello muchas veces,
requiere de tiempo para surgir.
Y si algún día se fractura
nuestro molde por error,
recordemos que todo artista
también abraza su dolor.
Mas el alfarero que sueña
no se rinde al tropezar,
recolecta cada trozo
y los vuelve a modelar.
Con el agua del esfuerzo
y la sal de la verdad,
redibuja de nuevo el alma
sin perder su dignidad.
La premura es enemiga
de la forma y la visión,
y el detalle bien cuidado
es del fuego la perfección.
Así, día tras día,
nos volvemos escultor,
de nosotros, de nuestra vida,
del error y del amor.
Y al final, cuando observemos
lo que hicimos sin temor,
no habrá regalo más sincero
que sentirnos con mucho valor.
Porque más que brillo o la belleza,
más que aplausos o admiración,
lo que en verdad recompensa,
es saber que dimos pasión.
Que fuimos fieles al barro,
que dimos sentido y acción,
alfareros de nuestro destino,
y del vivir con convicción.
Laura Meyer