No anclará la noche su navío de obsidiana,
ni el astro herido abrirá sus párpados de oro.
El sueño, telar de hilos invisibles,
no tejerá su red de musgo en mi ventana.
Y el cenzontle, flauta de la mañana pura,
no mojará su canto en mi sueño verde-azul,
este estanque donde el aire se hizo lágrima.
La ausencia muerde el aire, roe los muros,
y el tiempo, caracol de sal, se arrastra lento.
Este mundo, insólito y sin nombre,
es un árbol sin savia, un eco sin voz,
una rosa que olvida su perfume en el viento.
m.c.d.r