Tenías ojos de cristal,
no por frágiles,
sino por transparentes:
dejaban ver lo que no decías.
Brillaban como promesas rotas,
como el filo de un adiós
escondido en una caricia.
Te amé sabiendo el riesgo,
como quien abraza un puñal
porque sueña con calor.
Pero el vidrio no abriga,
sólo corta.
Y aún sangro,
no por lo que hiciste,
sino por no haber huido
cuando aún podía ver
mi reflejo
entero en tus ojos de cristal.