Supongamos que esto termina aquí,
justo antes de empezar.
Que desde este preciso instante,
vamos a recordar lo que nunca ocurrió,
como quien guarda cartas
que jamás llegaron
en un cajón que no existe.
Hagamos de cuenta
que hubo encuentros casuales,
diálogos triviales,
algún beso perdido
en la esquina exacta
donde jamás nos vimos.
Digamos que fuimos felices
sin haber empezado nunca,
que esto es solo el epílogo
de un libro en blanco
que dejamos olvidado
en una estación vacía,
a la espera
de lectores improbables.
Será, entonces,
una manera hermosa
de despedirnos
sin habernos conocido jamás,
de extrañarnos
sin haber compartido más
que esta historia
que nunca escribimos.