Marvin Ramirez

Una Espera Inacabable

Me senté a esperar, aguardando con una mezcla de ilusión y nerviosismo tu llegada. El silencio de la casa solo era interrumpido por el tic-tac insistente del reloj, cada segundo resonando con mayor fuerza a medida que la espera se prolongaba.

 

La casa estaba en perfecto orden, cada objeto meticulosamente colocado. Las flores, con sus pétalos frescos y colores vibrantes, adornaban su respectivo lugar, dispuestas con esmero con la esperanza de crear un ambiente acogedor para ti. Una suave fragancia se esparcía por el aire, un detalle pensado para deleitar tus sentidos.

 

Yo, por mi parte, ardía en deseos de verte. Cada instante sin tu presencia se estiraba, dilatándose hasta convertirse en una eternidad. La ansiedad crecía con cada respiración, alimentando una impaciencia que se volvía casi palpable. Imaginaba el momento de tu llegada, la alegría del reencuentro, las palabras que compartiríamos.

 

Los segundos, que al principio transcurrían con una lentitud soportable, pronto se transformaron en minutos. Cada minuto era una pequeña eternidad en sí mismo, marcando el avance de una espera que comenzaba a pesar. Y ahora, para mi desazón, esos minutos se han acumulado hasta convertirse en días. El vacío de tu ausencia se ha instalado en cada rincón, tiñendo la atmósfera de una melancolía creciente.

 

A estas alturas, con el sol asomándose tímidamente una vez más, la realidad comienza a imponerse con una crudeza ineludible. Me puedo imaginar, con una certeza dolorosa, que no vas a llegar. Las excusas que mi mente intentaba construir se desvanecen ante el implacable paso del tiempo. La ilusión inicial se ha desdibujado, dejando paso a una resignación silenciosa.

 

A pesar de la decepción que embarga mi ánimo, una sincera esperanza persiste en mi interior. Espero de corazón que te encuentres bien, que ninguna circunstancia adversa te haya impedido estar aquí. Ese pensamiento, aunque tenue, es el único consuelo en este momento de espera frustrada.