Me gusta imaginarnos en la luz tenue, reflejándose por primera vez en un espejo;
Cobijando esa calidez casi imperceptible a nuestros sentidos, pero latente aún en las gélidas noches, donde nuestro único encuentro era en el tacto de la llama ardiendo entre candelabros…
Quisiera volver a sentir, por última vez, la soltura que despedían mis brazos al danzar entre sombras;
Ignorando completamente los atisbos de frialdad emanando desde tu cuello mientras me columpiaba como una niña perdida en el bosque;
Con el único deseo de poder dar con el lobo,
Ofrecerle una rosa
Y yacer entre sus garras, enterrándose poco a poco contra su pecho.
Siempre fuimos eso:
Tú, una llamarada voraz arrasando contra todo,
Y yo, ceniza una vez que la calma se apoderara de tu corazón…