El roce de tus dedos
se convirtió en mi espina,
me atravesó la espalda,
se me clavó en la herida;
me nubló la mente,
destrozó la espiga
de un valiente campo
donde nací algún día.
El roce de tus dedos
me desnudó la piel,
me sació en el hielo,
me heló en la hiel;
en tus labios secos
encontré la miel
de un dulce recuerdo
que lloro otra vez.
El roce de tus dedos…
jamás lo olvidaría.
Cuando cierro los ojos,
en el atardecer del día;
cuando me lamento y quiebro,
cuando la nada me exigua.
Tus yemas son silencio,
que con gusto abrazaría.