ElidethAbreu

Descartes Enamorado!!πŸŒΊπŸŒΉπŸ’š

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En la penumbra de su estudio, entre tratados de lógica y geometría, René Descartes sintió, por primera vez, que algo escapaba al método. No era una duda metódica ni una intuición clara y distinta: era ella. Su presencia no se razonaba, se sentía, y aquello, para el padre del racionalismo, era una perturbación tan dulce como inquietante.

 

Había dedicado su vida a separar el alma del cuerpo, la razón del impulso, y a edificar sobre certezas inmutables un universo ordenado. Pero entonces apareció aquella mujer, una figura sin tesis, una mirada sin axioma. No podía reducirla al pensamiento, porque ella lo habitaba incluso cuando él intentaba negarla. Ya no pensaba para existir; existía porque pensaba en ella.

 

Comenzó a preguntarse si el cogito era suficiente. ¿Era el amor una prueba de existencia más sólida aún? ¿Podía una emoción, irracional y súbita, ser más indudable que cualquier idea innata? Cada vez que recordaba el tono de su voz, el modo en que sus palabras desarticulaban el rigor de sus silogismos, sentía que una nueva filosofía nacía en su pecho: Una que no se escribe en latín, sino en temblores.

 

Le hablaba a ella como a una proposición rebelde que no quería ser demostrada. Intentaba encerrarla en definiciones, y ella le respondía con gestos, con ausencias, con silencios que desbarataban cualquier sistema. Le escribió cartas, aunque nunca supo si debía comenzar con “Querida” o con “Postulado primero”.

 

Una noche, mientras observaba el cielo, no buscó constelaciones ni razones astronómicas. Pensó en su sonrisa. Y en ese instante lo entendió: había una certeza que no necesitaba prueba, una evidencia que no era lógica sino luminosa. Por primera vez, Descartes dejó que su alma y su cuerpo fuesen uno, sin separación.

 

Y quizá, en algún rincón de su mente, escribió, sin tinta y sin palabras, un teorema imposible:

Amo, luego existo, en lugar de (Cogito, ergo sum)

 

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