Salva Carrion

A la sombra de un campanil bendito

 

A la sombra de un campanil bendito,

dos cuervos blancos grajean al viento

la balada de un engaño maldito.

 

Promesas vanas, gozos de un momento,

fueron el lazo que urdió el mal fatal,

de aquellos roces vueltos en tormento.

 

Los llantos se fueron sin el fanal

del sol que, oculto tras las mudas nieblas,

negó su amparo al corazón leal.

 

Llega una luna alba que llora y tiembla

la pena de un ayer que ya regresa

en esta noche cerrada en tinieblas.

 

Mi despecho en el vacío se expresa

cual fuego fatuo que jamás se apaga,

entre sueños perdidos de sorpresa.

 

El fuego de amor es herida y llaga

que, en vez de ardor trae un frío de muerte,

un dolor que en mis adentros amaga.

 

Quise tenerte y no pude tenerte,

en mi fantasía necia y pagana,

condenado a la pena de perderte.

 

Bajo el hechizo de una voz anciana,

mis reproches resuenan en la bruma,

por sus besos mezquinos de villana.

 

Tu recuerdo odioso mueve mi pluma,

de verbos hoscos y ciegos enredos,

de una traición que aún dolor rezuma.

 

Las noches son largas, llenas de miedos,

que ocultan un rayo de luz perdida

que se escapa como agua entre los dedos.

 

Este amor fatal, devoción herida,

yace en la noche de tu imagen bella,

tras una faz de lágrima fingida.

 

Voy vagando bajo una negra estrella,

cielos de ébano de ciego horizonte,

mientras mis pasos se apartan de tu huella.