No llevaba dirección,
ni remitente visible,
solo un trozo de ilusión
en cristal casi imposible.
Era letra desbordada,
era un ruego sin valor,
pero el mar, en su oleada,
lo llevó como un rumor.
¿Quién lo lanzó? Nadie sabe.
¿Quién lo leyó? Nunca fue.
Solo queda su mensaje
como un eco de la fe.
A veces, en marea alta,
yo lo escribo sin pensar,
y lo lanzo con mi falta
para que lo lea el mar.