La mente ante el empíreo (Soneto)
En crespas linfas de cristal salado,
Saturno hilaba su dolor tardío;
y al beso arcano de un febril rocío,
lucía Venus su dolor malvado.
La luz, en oro por el cielo dado,
vertía al alba su letal hastío;
y en frondas cóncavas, de mármol frío,
suspira el eco que su voz le ha dado.
Su sien, más casta que la niebla helena,
guarda en sus bucles el perfil del día;
mas su mirada, de rigor armada.
Hiere más hondo que la faz sirena
que al mar robara su baldía
cuando la espuma fue de amor colmada.