Llegaste cuando ya había perdido la fe
en que alguien pudiera entender mis silencios.
No solo los entendiste,
los llenaste de significado.
Me enseñaste que el amor
no es solo lo que se siente,
sino lo que transforma.
Contigo aprendí que puedo ser mejor
sin dejar de ser yo mismo.
Tu manera de mirar el mundo
como si cada día fuera una oportunidad
de encontrar algo hermoso,
cambió mi perspectiva
de todo lo que creía conocer.
Cuando hablas de tus sueños
se te ilumina la cara de una manera
que me hace creer que todo es posible,
que el futuro puede ser mejor
lo que jamás imaginé.
Admiro tu fortaleza silenciosa,
la manera en que enfrentas las dificultades
sin perder la sonrisa.
Me enseñaste que la valentía
no siempre necesita gritar.
Contigo descubrí que la intimidad
no es solo física,
sino esa conexión donde puedo ser vulnerable
sin miedo al juicio,
donde mis heridas no me definen.
Transformaste mi soledad
en compañía elegida,
mi silencio en conversación profunda,
mi miedo al compromiso
en ganas de construir algo real.
Tu manera de amar,
sin condiciones ni expectativas imposibles,
me permite crecer a mi ritmo
mientras me acompañas en el proceso.
Me devolviste la capacidad
de sorprenderme,
de emocionarme con pequeños gestos,
de creer que el amor verdadero
no es un cuento sino algo posible.
Contigo aprendí que amar
no es perder libertad,
sino encontrar a alguien
con quien quiero compartir
toda la libertad que tengo.
Me ayudaste a dejar atrás
la versión cínica de mí mismo,
el que no creía en el amor duradero,
el que pensaba que estar solo
era más seguro que arriesgarse.
Cuando estoy contigo
el mundo hace más sentido,
los días tienen más color,
y el futuro deja de dar miedo
para convertirse en promesa.
Por eso te quiero:
por ser quien eres,
con tus imperfecciones perfectas,
por todo lo que me diste
y todo lo que me ayudaste a encontrar
dentro de mí mismo.