En las estaciones del Metro,
donde solía escuchar a la gente,
todo se ha llenado de una
displicencia individualista,
capas iluminadas
de una bulliciosa internet.
Son voces extrañas y caóticas,
que retratan una escena anárquica:
un nuevo orden para la poesía,
tejido con engendros
de una ampulosa realidad virtual.