Carta sin remitente
Escribo estas palabras, pensando que de plano
el tiempo y el olvido nos dieron el final.
Tus ojos que eran tiernos, ignoran si está sano
el pecho de quien te habla con lloro, sin igual.
Quisiste en un momento decir que me querías,
mas sé, concretamente la idea emperatriz;
causar problemas serios de sueños, osadías
y así, completamente, me echaste al desliz.
No tengo que decirte lo mucho de mi sueño,
no tengo ni un motivo, ya ves, no tengo ya...
me hiciste un rebelde, de veras, muy pequeño
como algo paralelo, sin chanza al más allá.
No obstante, mi detalle te mando, mi presente;
en él verás palabras con aires de dolor,
tan solo algunos signos sin voz ni remitente,
vocablos que te dicen lo caro del amor.
Así, cuando la leas y veas que es derecha,
tal vez e imaginas de quién se trata ya:
porque ya he decidido poner solo la fecha,
la misma en que te dije, mi amor, a dónde va.
Tampoco te preguntes que dónde yo me encuentro,
es justo que lo pienses, alguna u otra vez;
que pienses quién ha sido, del fondo, más adentro,
que nombres y renombres, cual prueba de ajedrez.
Y puede que así digas, no puede ser ahora
que mi alma enamorada se embriaga en el azur.
Quizá, de pronto pienses, ¿será que aún me adora?
Con esto te revelo la causa de este albur.
Y no mandes respuestas si acaso descubriste
mi nombre en la misiva. Te digo que ya no.
Si he escrito estos renglones es algo que quisiste
o algo que buscaste por miedo a decir yo.
Samuel Dixon