Un día, la vida se presentó como un largo corredor lleno de puertas.
Algunas pequeñas, otras gigantes. Algunas de hierro, otras de madera vieja, otras de cristal que dejaban ver pero no pasar.
Cada persona, al nacer, recibía una caja. En ella: una llave.
¿Y si no encaja en ninguna puerta? preguntaban algunos.
La llave no es para las puertas, decía la voz sin forma que entregaba las cajas. Es para ustedes.
Y entonces comenzaba la jornada.
Había quienes usaban la llave para abrir candados en otros, para liberar palabras, heridas o secretos. Otros la afilaban para convertirla en arma.
Algunos la perdían y pasaban años buscando copias. Pocos entendían que la llave era para abrirse a sí mismos.
Quien lo lograba, caminaba distinto. No porque encontrara todas las puertas, sino porque ya no tenía miedo de tocarlas.