El huésped Imperfecto
No teman,
vivo entre ustedes,
sin grandes pretensiones,
sin ruido ni gloria,
una sombra que paga el alquiler
y escribe versos en hojas desechadas como basura,
de un planeta que aún no se perdona.
Me han llamado:
vecino,
amante,
paciente número 7,
padre ausente,
fantasma con carnet de identidad...
Y respondo
con esta voz domesticada,
con un gesto ensayado mil veces.
Llevo siglos caminando
en este cuerpo de carne ajena,
imitando sus gestos,
aprendiendo a temblar frente al fuego,
a beber para olvidar,
a fingir que entiendo el destino.
No soy de aquí.
No pertenezco a su raíz.
Fui sembrado como espora
en la fisura de su historia,
programado para observar,
para registrar emociones,
sin permitirme sentirlas.
He visto sus guerras,
no desde satélites,
sino desde pupilas quebradas
que ya no saben rezar.
He olido el miedo pegado a la ropa,
el sudor frío de la culpa,
el tedio en días sin salida.
Estudio su lenguaje,
ese código de gritos y ternura.
Lo devuelvo en poesía,
como quien envuelve una bala
en papel de regalo.
Nadie sospecha.
Nadie piensa que un poema
pueda ser informe clasificado.
Mi nave es la metáfora.
Mi escudo: la ironía.
Y mi idioma natal
ya no vibra en mi garganta.
He habitado tantos rostros
que, a veces, olvido el mío.
¿Esto es “ser hombre”?
¿Disfraz de firmeza
que se desmorona al suspiro?
¿Miedo a llorar frente al espejo,
como si el agua traicionara?
A veces,
cuando la ciudad duerme,
me desprendo del personaje.
Mi forma real
se filtra en ranuras del silencio.
Converso con relojes,
con insectos,
con los que ya no están.
Ellos saben quién soy.
He amado,
sí,
pero no como ustedes.
Amé con la distancia de un dios
que no puede intervenir,
sin posesión, sin exigencias,
como se ama una estrella muerta.
Y, aun así…
algo me retiene.
Tal vez su caos,
su torpe búsqueda de sentido,
su capacidad de romperse
y seguir andando.
No sé cuánto tiempo más.
Mis superiores ya no responden.
Este corazón alquilado
late con una nostalgia
que no me fue programada.
Porque, al final,
no soy huésped ni sombra fugaz,
ni el eco de un experimento ajeno.
Este cuerpo, este latido imperfecto,
se ha vuelto mi piel, mi prisión, mi hogar.
He dejado de ser extranjero en mi propia carne.
Me he vuelto carne y hueso de sus dolores,
de sus rupturas, de sus noches interminables.
Soy el miedo y la rabia, el llanto y la risa,
la resistencia que no se rinde ni se vende.
No soy otro.
Soy la voz que grita en el vacío,
el que ama irreverentemente,
el que camina a tientas,
pero sigue, siempre sigue.
Soy humano.
Y en esa humanidad
está mi condena
y mi salvación.