Ahora mis manos repiten tu forma,
doblan el día con igual sigilo,
y si el temor al futuro vigilo,
tu antigua calma a mi pulso norma.
Herencia viva de tu voz primera,
en mis hombros llevo lo que me dejaste:
el paso firme, la raíz que alzaste,
el austero tiempo que nunca espera.
En cada gesto resuena tu aliento,
como si hablaras desde la semilla.
y duerme tu sombra bajo mi costilla
y en cada juicio sopla tu argumento.
Ya soy sendero que otro hijo recorre,
soy memoria que al barro ahora sostiene.
Y mientras crezco, tu nombre deviene
otro tronco secreto que no se socorre.
Es que me habitas Padre, como luz sellada:
no como estatua, sino llama viva.
Tú me sembraste la fe que no esquiva.
¡Y en mí tú sigues, raíz revelada!
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025