La rutina golpea, como lluvia mansa,
Y uno se pregunta, ¿qué más alcanza?
El café amargo, un ritual seguro,
Mientras la ciudad despierta, muro tras muro.
Las calles grises, un laberinto fiel,
Y en cada esquina, un nuevo papel.
Pero en la mirada de aquel que cruza,
Se esconde un brillo, que la pena rehusá.
Porque la vida, aunque a veces duela,
Tiene esos instantes que el alma consuela.
Un gesto amable, una canción sentida,
Y así, poquito a poco, se encuentra la salida.