CARTA A LA CARTA
Querida Kena:
Cientos de folios adornan el suelo alrededor de mi escritorio conteniendo igual número de viejos poemas de amores caducos, de fútiles promesas sobre imprecisas eternidades, de frases cargadas de egocéntricos yoes, de posesivos míes, de impersonales túes idealizados ¿Habrá alguien más tiernamente hipócrita que un poeta enamorado? ¿Habrá algo que agudice más el ingenio que el anhelo de lograr el objeto amado? ¿Cómo pretender que seas mía cuando te amo, sobre todo, por ser así de tuya?.
Inesperadamente apareces de la nada, de improviso, improvisando, para acaparar todos los espacios, adueñarte del aire, marcar el compás de los segundos y de mis ritmos cardíacos y antes de haber asumido tu presencia ya me has arrastrado en tus vuelos acostándome entre nubes, envolviéndome en vendavales, agitándome en tormentas, empapándome en diluvios, posándome sobre las cimas del mundo y un instante luego dejarme caer entre espasmos soltándome al vacío en el ojo de un tornado.
Desordenas mis ideas, mis libros, mis agendas. Sobrescribes mis esquemas, mis rutas, mis fundamentos. Arrebatas mi sosiego, alteras la cadencia de mi alma. Y cuando aún no he logrado acostumbrarme a tus besos de levante, de oriente, de amaneceres trasnochados, he de aceptar tus adioses en melodías de bisagras desengrasadas.
Te fuiste. Sin previo aviso, sin acusar recibo, sin pasar factura. Y un acerbo silencio reconquista mi estancia para ahogarme en el dilema de no saber qué escribir para expresar el anhelo en que me sume tu ausencia: con la misma intensidad deseo tenerte como deseo desearte siempre y sentirme vivo en la necesidad de ti.
Strumb.
PD: Vuelve cuando quieras, pero, por favor, quiere pronto.