Tu piel habla.
No con palabras,
sino con temblores,
con susurros que mi boca traduce
como si cada poro escondiera un verso.
Me acerco
y el idioma comienza:
una caricia,
una mirada
y ese suspiro que se abre
como flor en la madrugada.
Tus hombros,
tus caderas,
tu cuello que se rinde al roce,
son el alfabeto
de un deseo que aprendí
con las manos lentas
y la lengua encendida.
No hay gramática más hermosa
que el gemido suave
que escapa de tus labios
cuando mis besos
repasan tus silencios.
Tu piel y la mía
hablan idiomas distintos,
pero cuando se encuentran
inventan una lengua nueva,
una sin reglas,
sin relojes,
sin final.