Subió lo más rápido
que pudo el faro.
Abajo había quedado
su corpiño y no pudo
el acosador con las bragas.
Sentenció en su mano
una piedra.
Si subiera, aunque dificultaba
que lo hiciera, porque era cojo.
No dudaría en arrojársela
a la cabeza.
Sin piedad, ni remordimiento.
Su condición de tratarlo amistosamente,
lo confundió, y cuando quiso
acordar se le había venido encima.
(rosi12)