karonte

El Truco Viejo de la Emperatriz

Se disfraza, incierto, sin medida,
hombre o mujer, o ambos al compás;
si llora, es hembra, voz arrepentida,
si ataca, varón que exige y va detrás.

Pide comprensión, débil apariencia,
mas su furia se viste de metal;
la máscara le oculta la conciencia,
la trampa es su disfraz sentimental.

Critica fuerte, luego se lamenta,
sombra y fulgor en una misma voz,
y cuando la verdad se le presenta,
se cubre de silencio y de veloz.

No es ella, ni él, ni forma concreta,
cambia el discurso como el vendaval,
y en cada causa nueva se interpreta
con tinta de ambición emocional.

Se esconde tras verdades prestadas,
declara rebelión sin convicción,
vende un poder con fórmulas gastadas,
y exige que la sigan sin razón.

Construye tronos con su narrativa,
se dice única frente a lo gris,
pero repite, necia y defensiva,
un mismo gesto siempre en su matiz.

No hay fuerza en quien censura el criterio,
ni altura en el que teme discernir;
no es arte si gobierna el ministerio
del miedo a que lo logren contradecir.

Y cuando ya el aplauso la abandona,
y el centro se dispersa en su perfil,
ensaya su dolor en otra zona
y vuelve a comenzar desde su abril.

Desarma la verdad con tono suave,
invoca un “yo” sin peso ni motor,
su reino es lo que el viento nunca clave,
ni tiene suelo firme, ni rigor.

Camina entre los restos del discurso,
sostiene lo que antes quiso quemar,
se escuda si presiente algún recurso
que pueda su careta delatar.

Reniega del espejo que no miente,
se pinta de virtud con buen pincel,
pero su voz, vacía y decadente,
no es canto, es eco falso de papel.

Rompe el hechizo en medio del trigo,
cae el telón, ya no hay más disfraz;
quien vive del engaño va consigo
al borde de su abismo sin compás.