Se elevó.
Deshizo los nudos de oro que se aferraban a su garganta,
rompió la comisura de sus labios, henchidos de sueños rotos.
Desgarró su voz y la convirtió en trazos de luz y amanecer;
damasquinó su alma y la entregó como señal de victoria.
Se elevó.
Y aunque no lo sabía, ya era eterna entre el resto de los mortales;
los ojos de la tierra le daban la espalda.
En la aurora ya no queda ni el recuerdo de la ciudad que la vio nacer.
Era una sombra que jugaba a contracorriente en un eclipse de sol.
Se elevó.
Y cuando quiso darse cuenta fue capaz de coger la bola del mundo.
Era el vellocino de oro de una sociedad corroída por la ruina.
Aparcó las miradas de los infelices que todavía no habían llegado hasta allí.
Se elevó.
Y entonces, cayó.