Se jactaba de todos sus laureles;
pretendía, que aquello fuera eterno,
no pensó, ni siquiera en el averno,
con los golpes que daba, siendo crueles.
Era un loco subiendo decibeles
sin pensar ni siquiera en el invierno
y creía, que todo subalterno,
para siempre serían todos fieles.
Pero vino aquel triste desenlace:
—Con la antorcha prendieron una hoguera
y quemaron su «eterna» primavera,
la que nunca, aunque quiera, no renace,
porque muere inclusive la quimera,
como muere el dolor que te deshace.