Eros Corzo Camacho

Verso Libre IV El otro rostro de mi misma alma

La muerte no venció al amor.

Un sacerdote erró en su juicio rutinario y su solemne ceremonial religioso.

Mas el amor, sordo a la voz clerical, no oyó sentencia humana:

burló a la muerte para definir mi historia,

eliminando las comas de las hojas de mi destino.

 

Entonces, fundí la flor de mi alma en su tierra fértil.

Era una dama que dejó en mí una secuela,

y el alma mía enfermó gravemente,

olvidando su razón.

 

Ahora, en el nuevo regalo de esta vida renacida,

al volver a encontrar a esa dama,

mi alma —reconociendo las cicatrices de aquel amor pasado—

volvió a enfermar de amor,

perdiendo las horas en los días,

perdiendo el tiempo en el universo,

perdiéndome incluso en el mismo sitio de mi casa.

 

Destino de mi vida, te entrego incompleto para la eternidad.

Cuando vuelva a brillar una nueva vida mía,

devuélvemela.

Hazlo mecánicamente, como una ruleta giratoria:

repite nuestra reencarnación

y no te salgas del círculo perfecto.

Porque sin ella, perfecto sería tan solo mi muerte.