Alberto Escobar

No entraba

 

 

La pelota no entraba,
no había manera, ni
por activa ni por pasiva,
ni por acoso ni por derribo,
y en esa impotencia
ya firmada y declarada,
decidí olvidarme del fútbol,
imaginar, pensar que hay
otros mundos en los que ser
feliz —o dichoso mejor, ya que
la palabrita de marras está
tan denostada que...— es dable,
y me retiré, colgué las botas
alto, en los cables de alta tensión
que cruzan las casas de mi barrio
como espadas de Damocles, y resp
iré con menos agobio, el aire 
parecía entrar en mis pulmones
como menos cargado de cieno,
de esa cargazón que los tabaqueros
más empedernidos sienten en la gar
ganta, y la vida empezó a mirarme
con más condescendencia y ya, pelo
ta y pie se amigaron de otra manera,
con más amor, con no tanta exigencia,
donde la excelencia obligatoria su efecto
no alcanzara, no agobiara la pituitaria
congestionándome las fosas, restándome
capacidad física para llegar a las inmedia
ciones del área contraria...
La pelota no entraba, y eso, a la postre,
lo concebí como la mejor noticia
que cualquier telediario que se precie
podría pregonar ondas herzianas
mediante; y empezé a disfrutar del asueto,
de la grandeza y anchura de no hacer
nada si no se me terciaba, de la holgadez
que entrañaba vivir a demanda, sin nada
ni nadie que marcase los segundos 
de mi reloj, de mi estar en este mundo...
La pelota no entraba...