Luna que bordás la noche en seda,
que te colgás del cielo como un suspiro blanco,
¿quién te dio esa luz tan pura, tan callada,
que hasta el alma me la arrebata en llanto?
Parecés un sueño detenido en el aire,
una lágrima de plata que no quiso caer,
la reina de un cielo que calla y escucha,
la poesía que brilla sin querer.
Te miro… y se me olvida el mundo,
como si al verte, luna, todo doliera menos,
como si en tu reflejo se lavaran mis penas
y me abrazaras con tus brazos eternos.
Decime, ¿te ves así de linda solo para mí?
¿O es que sos cómplice de mis pensamientos?
Porque cuando te veo, siento que amarte
sería igual de imposible… e igual de cierto.
Sos faro de sueños, testigo silente,
rostro de un cielo que a veces consuela,
voz sin palabra, presencia latente,
herida de luz que al alma desvela.
Y cuando baja la noche y el mundo se calla,
te busco en el cielo como quien busca abrigo,
porque hay una luna que nunca me falla
y un corazón que te elige como único testigo.
Y ahí estás, colgada como reina invisible,
vestida de blanco, redonda y callada,
mirando de lejos con gracia imposible,
burlando al tiempo sin decir nada.
No hace falta que hables, ni que te acerques,
con verte tan alta ya siento latir,
porque hay algo en tu brillo que nunca se quiebra…
y algo en mí que no deja de sentir.