El corazón eléctrico
de nuestras lejanas tormentas,
palpitaban por un viento frío,
durante el nocturno martirio.
Es el calor, siempre el calor
lo que ha enloquecido a la gente,
aquella arrogancia intrínseca,
devastando una fragilidad tácita.
Después de la tempestad
no llega la calma,
el silencio es un delicado equilibrio
del que no somos dignos.
Después de la tormenta,
queda la tormenta…