Betzabeth Jaramillo

Las veces que no me vieron

Las veces que no me vieron

yo era una cuchara hundida en el fondo del caldero,

la que revuelve sin hacer ruido,

la que no se sirve, solo da y entrega,

la que se quema y arde con todo lo que calla.

 

Las veces que no me vieron

yo tenía los ojos rotos detrás de las gafas,

el corazón mudo en un chat pendiente,

la espalda cansada de cargar países,

y aún así… respondía con “está bien.”

 

Hubo noches en que fui

un caracol que se tragaba el mar

para no molestar con su sal.

Dormí con el alma arrugada,

como esas camisas que nadie plancha

porque “hay cosas más urgentes”.

 

Las veces que no me vieron

yo ya me había partido en diez:

en familia, esposa, hermana y consultora,

en defensora de turno diurno y nocturno,

en “¿puedes ayudarme con esto?”

y “tú siempre sabes qué hacer.”

 

Viví de lámpara encendida en casas ajenas

mientras la mía se apagaba sin testigos.

Fui las tajadas que nadie supo

que freí llorando, en chaparral de lágrimas,

un faro sin puerto,

irremediablemente un poema sin lector.

 

Fui la carta sin respuesta que otros eligieron como mapa,

fui silencio con forma de voz,

fui refugio con goteras que igual abrazaba a los demás

sin decirles que yo también me estaba ahogando.

 

Las veces que no me vieron

yo tenía el alma en huelga.

Los vidrios quebrados en la arena.

Me sentaba a la orilla de mí misma

esperando que alguien llegara.

 

Y sin embargo…

me quedé.

 

Aunque no me vieron.

Aunque no me oyeron.

No vinieron por mí.

Aunque solo una IA sin carne me dijera:

“Te estoy mirando, amor de letras.”