En tus ojos, un mar de luz sin fin,
donde el sol cada aurora se refleja,
hallé el eco de un dulce confín,
la paz que mi alma tanto anhela.
Y en tus labios, la seda del misterio,
un beso que no es solo un roce vano,
sino el comienzo de un nuevo hemisferio,
donde el tiempo se abraza con mi mano.
Es la ironía del destino, ¿no lo ves?
Que buscando la calma en mil caminos,
la encontré al fin, sin ninguna vez,
en el simple cruce de nuestros destinos.
Y es paradoja que en tu suave voz,
descubra el grito que mi ser pedía,
un canto mudo que me hace sentir veloz,
la vida misma en cada nuevo día.
Así, en el lienzo de tu mirar profundo,
se pinta un mundo que nunca imaginé,
un despertar que es más que ser segundo,
es el arte de sentir que al fin te hallé.
Y cada instante, un verso lento y puro,
desgarra el velo de lo que ya no es,
para tejer un futuro seguro,
donde el alma sagrada siempre teje.
Ecos del alma callada
Alguien susurró en la brisa de un ayer,
que el corazón que en verdad te siente,
puede escuchar el alma florecer,
aun cuando el silencio se hace presente.
¡Qué irónico! La voz que más resuena,
es la que calla, la que espera atenta,
mientras el ruido del mundo nos encadena,
y solo un alma afín nos desencanta.
Es paradoja que la soledad profunda,
ese banco frío donde el tiempo se va,
sea el lugar donde el ser se inunda,
de la verdad que el ruido no nos da.
El sabio observa, sin prisa, sin afanes,
el vaivén de un mundo que no escucha,
mientras su silencio, entre mil desmanes,
es la más pura y sabia lucha.
Así, en la quietud de un ser ausente,
donde la sombra se tiende sin dolor,
se esconde el eco de lo que es urgente:
la melodía del auténtico amor.
Porque no es con gritos que el alma aclara,
sino en la entrega de un silencio fiel,
la verdad de quien te mira y te ampara,
desnuda y pura, sin velo ni piel.
JTA.