Cuando la luna es cuchillo
y el viento arrastra condena,
despiertan desde el sigilo
los que habitan la cadena.
Brujas de lengua torcida,
conjuros en carne escrita,
tejen la noche perdida
donde el alma no transita.
Duendes de risa quebrada
juegan con llanto de infante;
su danza es encantada,
su pacto, siempre cortante.
Demonios sin nombre y rostro,
espejos que no reflejan,
devoran al hombre iluso
que en su ambición se despeña.
En los árboles dormidos,
cuando el bosque no respira,
seres del hambre escondido
vigilan tras su delirio.
No hay cruz que los contenga
ni rezo que los acalle;
si tu sombra los convoca,
vendrán… aunque no los llames.
Cantan sombras en la cumbre,
donde la luz no se asoma,
y el aire guarda su lumbre
como el veneno en la goma.
Los árboles hacen nido
del hueso y la telaraña,
y el eco de algún latido
se pierde en la negra caña.
Hay un silencio que muerde,
una quietud que delira,
una mirada que acecha
desde el fondo de la espira.
El suelo gime al pisarlo,
no sabe si eres amigo;
y hasta la noche, al nombrarlo,
se convierte en enemigo.
No hay frontera ni muralla,
ni hechicero que los venza;
cuando el abismo te encuentra,
no perdona, no dispensa.
.......+......
Y en medio de tanta esencia,
surge, vacía, una afrenta:
qué tonta la irreverencia,
la que se nombra y se ausenta.