Cuando la conocí miré la luna
que miraba sus ojos tan serenos;
y pensé que quizá la contemplaba
evidiando lo azul de su destello.
En la noche se oían los murmullos
que dejaba a su paso el fresco viento;
y sentía paraba de repente
para darle en su rostro tierno beso.
De improviso miré que las luciérnagas
su figura alumbraban con denuedo;
dibujando con luces muy brillantes
los contornos divinos de su cuerpo.
Esa noche sentí que la belleza
que nos brinda el magnífico universo;
lo mandaba bordado de guirnaldas
en sus formas de suave terciopelo.
Autor: Aníbal Rodríguez.