El tiempo errante.
Murió sin voz, con la mirada errante,
sin un adiós, sin fuego en la garganta,
la luz huyó del alma cuando canta
y solo el frío habló por su semblante.
Nadie escuchó su grito vacilante,
la soledad fue cárcel que lo encanta,
una prisión sin llave ni tiranta,
un pozo ciego, quieto y delirante.
El mundo sigue y nadie lo lamenta,
tan solo el eco, torpe y desvalido,
lo nombra a veces bajo la tormenta.
Y en la quietud de un verso sin sentido
su nombre arde sin llama ni herramienta,
como el papel que el viento, lo ha movido.