En la garganta alta mis voces,
pegan gritos lo más atroces
y sordos quedan los señores
de pedidos destrozadores.
¡Oh! que mi corazón acompaña
solitarios de senda inmolada,
¡Oh! mi pobre pulmón que respira
El aire con el que se intoxica.
Mis palabras en elevada
toman un vuelo por cizaña,
de la boca disparatada
como un revolver descocido.
Quien vomitan las risotadas,
comen lo que ya han escupido,
les tiran runrún y sonajas
para que marchen al vacío.
¡Ah! Mis pobres palabras escuchadas,
Solo por el extraño que es mi amigo.
Mi pobre voz que ha sido destrozada,
Por todas las briznas que me han roído.
¡Ah! Mi gran hablar que lo han colado,
al oído de los entendidos;
los callados cantan al ruibarbo,
en el festín de los aplacados.
¡Ah! Los presagios que ya se alforzaron,
con muchos estrépitos desprovistos
Mis pobres palabras atribuladas
para cada remitente atontado.
Con estupor le reciben sabios,
ya mis pobres palabras de sándalo,
al percibir de los flagelados,
¡Oh! mi estomago yace vaciado.
Le dan castaños, loan forzado,
por el estofado de un rebato.
Al lívido de los anegados,
mi paladar se queda pasmado.
Esperando el pregonar y reguero,
a este corazón ya le dan relevo,
y zurean los antiguos divanes,
el asueto plexo de las mancebas.
Fardo postigo de verbena.
A mi corazón le sacan las venas.
coto cierne impúdicamente,
adusto, abyecto, embustero.
Que poca humanidad queda.