Cada día se viste de acero y rutina,
con el alma cansada, pero firme en su andar,
y aunque el mundo no escuche su lucha continua,
él no deja de amar.
Sus manos son mapas de guerra y trabajo,
cicatrices que nadie se toma en leer,
pero en cada silencio, en cada atajo,
hay un “te amo” escondido en su deber.
No pide aplausos, ni busca medallas,
su victoria es verla feliz al llegar,
aunque el alma le tiemble, aunque el cuerpo le falle,
su promesa es jamás abandonar.
Llora en lo hondo, donde nadie lo mira,
donde solo el cansancio se atreve a entrar,
y aún así, con dolor que a diario respira,
por ella se vuelve a levantar.
Porque amar no es solo ternura y caricias,
también es cargar con lo que nadie ve,
es pelear con la vida, sin tregua, sin prisa,
y entregar el aliento por el bien de su fe.
Él es roca en la lluvia, farol en la bruma,
es un rezo sin voz que sostiene el hogar,
y aunque a veces se rompa, en medio de la espuma,
por amor se aprende a continuar.