El idioma nos despega.
Tú dices “mujer” como si fuera jaula.
Yo digo “hombre” y me arde la boca.
Tu voz viene del lado seco del mundo,
yo nací donde la sangre es río,
y llorar no es vergüenza,
sino plegaria.
Nos separa el agua,
la fría que no quiere tocar,
la caliente que quema de solo nombrarla.
Yo estoy en el medio,
con las manos abiertas,
queriendo querer,
pero sin desvestirme de mí.
A veces,
cuando no miras,
quisiera ser libre.
No de ti,
sino de tu idea de mí.
Hay un amor que se cuelga del techo
como un farol apagado.
Está,
pero no alumbra.
Y sin embargo lo cuido,
como si fuera mi hijo muerto.
No sé por qué te quiero,
si a veces pareces muro.
No sé por qué me quedo,
si todo en mí grita fuga.