En Turbo la encontré, radiante al pasar,
su piel de bronce, un sol en mi sendero,
sus ojos dos estrellas en el vasto mar,
su risa un dulce canto puro y sincero.
Su andar tenía el ritmo de un viejo son,
cadencia que embriagaba mis sentidos,
y en su mirar ardía la más dulce razón,
dejando mi latir por ella consumido.
¿Un sueño o un milagro? Nunca lo sabré,
mas sé que su fulgor aún me persigue,
desde aquel primer instante en que la miré,
mi alma solo en su encanto se erige.