Entraste sin tocar, como el rocío
mojando lentamente mis anhelos
tus labios pronunciaban los desvelos
que ardían en mi piel como el estío.
Entraste con el tacto del aljibe
llenando de humedad mis terciopelos
y el pulso se encendía por los cielos
que apenas dibujaba el cuerpo libre.
Allí calló la noche sus temores
y hablaba en mi cintura tu deseo
tu nombre se fundía entre temblores
que el tiempo no juzgaba, ni el trofeo.
Allí dejé mis límites al viento
mi espalda como lienzo sin rodeo
y fui, sin resistencias ni argumentos
hogar para tu sombra y tu desvelo.