Tus besos
Me enseñaste a vivir entre tus besos,
como quien aprende a respirar bajo el agua—
con hambre, con vértigo,
con esa entrega que no se piensa,
se gime.
Me acostumbré a ellos —
no como hábito,
sino como condena dulce
que recorría mi cuerpo
desde el cuello hasta el suspiro más hondo.
Tus besos:
fuego que no se apaga con lágrimas,
veneno lento que elegí beber.
Refugio con olor a tempestad
y sabor a piel abierta.
Cicatriz que aún arde
cuando las sábanas se enfrían demasiado pronto.
En ellos encontré
la urgencia de la pasión,
el temblor de lo prohibido,
la resonancia de todo lo que callamos
mientras las bocas seguían hablándose
sin necesidad de palabras.
Tus besos eran trinchera y campo de batalla.
Eran noche sin luna,
cielo sin promesas,
pero con gemidos suspendidos en la garganta.
Fueron míos —
y aún hoy,
cuando el silencio cae sobre mi cama
como un amante no invitado,
tu boca regresa como un sonido
entre las piernas del recuerdo.
Hay besos que no se olvidan,
porque fueron promesas sin lenguaje,
y caricias que se dijeron
con la lengua metida en el alma.
— L.T.