No tengo nada
y el alma está vacía,
quizás ya muerta.
Siento el dolor
que embarga mis sentidos,
y es algo amargo.
Lloran los ojos,
la sangre se congela,
tiemblan las manos.
Hasta mis labios
musitan hoy tu nombre
al infinito.
Y tú no estás.
Ya nadie me responde
y yo estoy solo.
El tiempo apremia
y todos los relojes
marcan la hora.
Se marcha el tren
y en un andén, vacío,
tú te quedaste.
Desolación,
palabra que es maldita,
y nadie quiere.
Hoy miro al cielo,
te busco entre las nubes
y tú no estás.
¡Adiós, princesa!,
mi sangre y mis latidos,
a ti te buscan.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/06/25