Me levanto con la esperanza de amar,
pero el amor no despierta conmigo.
Todo está quieto, como si el mundo
se hubiera olvidado de encender el día.
Quisiera vivir en otro país
donde el cielo no pese tanto,
donde la luz no me interrogue,
donde no duela hablar mi nombre.
Un país con trenes lentos
y ventanas que no miren hacia adentro.
Un país donde reír no sea
una forma de olvidar el llanto.
Aquí, hasta el aire tiene memoria.
Aquí, mi sombra me sigue como un juez.
Quiero sentir un frío que me construya,
no este calor que me derrite
en habitaciones llenas de nadie.
Allá —¿dónde queda allá?—
quizás las calles me hablen en voz baja
y alguien me espere sin saber por qué.
Quiero vivir.
Pero no en esta piel.
No en esta jaula de días repetidos.