Una promesa de amor
juraba el sol a la luna,
que, blanca y resplandeciente,
soñaba pálida y muda.
Las estrellas murmuraban
de aquella tierna locura
que siempre sería un sueño,
una ilusión, una duda.
El cielo entero observaba
la fuerza de esa ternura,
que condenada a la muerte
se impregnaba de amargura.
Las nubes, compadecidas,
derramaban fría lluvia,
por ese amor que al olvido
tendría por sepultura.
Una promesa de amor
se ha roto ya, sin premura,
quedando todo en un sueño,
una ilusión, una duda,
dando paso a la razón
y a la verdad franca y pura:
el sol nació para el día,
para la noche, la luna.