Ricardo Castillo.

Réquiem del otro lado

Nos echamos a dormir
mientras transcurría la noche sin fin.

Las veladoras encendidas
iluminaban nuestro sueño,
vagando entre oropéndolas
y paraísos sin orillas.

Sucedían
todas las cosas que no tienen
sentido
ni límites:
un réquiem flotante,
entre el humo y la música
y todo lo que no se puede
tocar
del otro lado.

Yo navegaba en una barca,
como quien surca
los canales del éter,
exhalado por un fumador empedernido.

No preguntaba
si mi condición era un castigo,
o una forma de lenguaje
que apenas empezaba a comprender.

(hay tantos preceptos
que nos condenan
al razonamiento
y al miedo...)

Y yo era la noche misma.
En mí,
oscuridad:
una oscuridad que fluía
entre todos los cuartos apagados,
dominando el sueño,
balanceándome
entre paz
y pesadillas.

El mundo se figuraba eterno.
Combinaba los elementos,
creando cuerpos nuevos.

Y yo era parte de todo.

No había conceptos.
No había vida ni muerte.

Y ahora que lo digo
no es para alarmarles,
ni para preguntar
si fue real.

Es sólo para decir
que existe un lugar
donde nadie pregunta
si está muerto.