Sabía que un día
ella podría elegir a otro.
Nunca fue mía, no del todo,
porque así es el amor: libre.
Pero en el juego
ese espacio donde el placer era compartido
entró alguien
que no solo tocó su cuerpo,
sino que la deslumbró.
Y yo la vi seguir amándome
sin ninguna diferencia,
pero ya no igual.
Ya no me necesitaba
como antes.
Y lo supe.
Y lo acepté.
No porque dejara de sentir,
sino porque entendí
que el amor también se transforma,
que puede moverse sin romperse,
que puede doler sin ser traición.
Muchos años de enamoramiento,
de mirarla despertar y sentirme completo.
De entender que no hay perfección
cuando el amor la vuelve única.
Y ahora,
desde otro lugar,
la miro seguir siendo ella
en la luz de otro reflejo.
El amor no se fue.
Solo cambió de sitio.
Y aunque ya no sea espiritual,
es racional,
es todavía elección.
Y también es libertad.