Al alba, cuando el cielo aún bosteza
y el rocío escribe versos en las hojas,
las aves sueltan su música secreta
como si el mundo no doliera.
Cantores alados del viento temprano,
traen paz donde el hombre trae prisa,
su canto no pide nada…
solo que el alma lo escuche.
No saben de guerras ni relojes,
no conocen rencores ni rutinas.
Cantan por instinto, por milagro,
por esa extraña alegría de estar vivos.
Cada trino es un puente al silencio,
una caricia sin manos, sin rostro.
Y en su vuelo se va la tristeza,
como hoja que se deja llevar.
A veces pienso que Dios se disfraza
de gorrión, de zorzal o calandria,
para recordarnos que en lo pequeño
habita lo eterno.
Así, cada mañana,
cuando el canto de las aves me encuentra,
no necesito más respuestas,
solo quedarme, en paz, escuchando.